Vivir en un país como Chile significa tener la aventura a la vuelta de cada esquina. Pero con más de 100 kilos encima, solo podía mirar por la ventana mientras la vida pasaba frente a mí.

Como aquel día en Valle Nevado, parada en el refugio mientras mi familia disfrutaba de las pistas sin mí.

Cada invierno encontraba una excusa distinta: “Alguien tiene que cuidar las mochilas”, “Mis rodillas ya no son las mismas”.

La verdad era que ya ni siquiera podía meterme en unos pantalones de nieve.

Tres generaciones de mi familia —mi esposo, mis hijos y mis nietos— compartiendo esos momentos mágicos en la montaña… y yo, siempre a la distancia.

Cada aventura perdida era un recordatorio más de en lo que me había convertido.

Desesperada por un cambio, probé todas esas soluciones de moda.

Jugos detox que me mareaban. La dieta keto me daba migrañas.

¿Ese plan viral de solo carne? Mi cuerpo no soportó ni una tira de tocino.

Cada intento fallido me dejaba con menos esperanza que antes.